diumenge, 26 de juny del 2016

Eugene Garfield, para mí



Hace unos pocos días, la Universitat de Barcelona, a propuesta de la Facultat de Biblioteconomia i Documentació, concedió el grado de doctor honoris causa a Eugene Garfield. La ‘laudatio’ de la figura de Garfield la hizo Cristóbal Urbano. Vale la pena leer el discurso de Cristóbal Urbano donde de forma erudita y amena se repasa la trayectoria profesional y las aportaciones de E. Garfield.

La cienciometría y la bibliometría –disciplinas que tienen con Garfield una deuda impagable- siempre me han parecido disciplinas apasionantes pero no son sus aportaciones a este campo lo que a mí más me ha influido. Recuerdo bien, en cambio, lo extraordinario que me parecieron los Current contents o el Citation index cuando los conocí, y mucho antes de ser consciente de la estatura profesional de Garfield.

Todo debe ponerse en su contexto. Descubrí los Current contents siendo profesor de la Escuela de biblioteconomía, es decir a mediados de los 80. Me sorprendió que por unas publicaciones tan enclenques la gente pagara una subscripción sorprendentemente cara y del todo indispensable para cualquier biblioteca de investigación. Me avergüenza un poco decirlo, pero fue así. Si uno se dejaba llevar por la que aparentaban aquellos fascículos que reproducían las páginas de sumarios de las principales revistas científicas no podía más que no entenderlo. Pero los CC cubrían un vacio muy importante: daban acceso ya no solo a la noticia de lo publicado sino que, de forma indirecta, daban acceso al contenido mismo (¡accesibilidad y disponibilidad de una sola tacada!).

Saber qué se publica en un campo determinado y poderlo obtener son necesidades constantes para un investigador. Lo fueron a principios del siglo pasado (cuando aparece la primera revista de resúmenes, el Chemical Abstracts, y se extiende el préstamo entre bibliotecas) y lo siguen siendo  a principios del siglo presente (ahora que el descubrimiento se produce a menudo en las redes sociales y el acceso es directo a través de la red).

Conocer lo que hay y poderlo leer son necesidades (constantes) que subyacen en cualquier actividad científica y a éstas debemos dirigir los bibliotecarios nuestros esfuerzos. Los CC tuvieron en los 90 muchos imitadores entre las bibliotecas universitarias. Se organizaron servicios de fotocopias de sumarios de revistas que se distribuían, incluso de forma selectiva, entre quien se subscribía a las mismas y que permitían recibir los artículos fotocopiados por lo que entonces recibió en nombre de servicio de suministro de documentos.
  
No me acuerdo en cambió de cuando tuve conocimiento del Citation index. El invento me pareció de una simplicidad y efectividad pasmosa: buscar un artículo importante o seminal en una materia dada para rastrear en sentido temporal ascendente quién lo había citado. El principio subyacente -los que citan un artículo de un tema dado más que probablemente traten este mismo tema- hoy nos parece tan ‘natural’ como sorprendentemente nuevo parecía entonces.

La lección de elogio de la figura de Garfield de C. Urbano nos muestra que el camino que hay entre sendos ‘descubrimientos’ y los servicios bibliográficos que se desarrollaron a partir de ellos está lleno de tesón, esfuerzo, y acierto. Otra lección a aprender: las ideas simples no se desarrollan de forma automática de forma derivada de su potencia, sino que son hijas del trabajo.

Profesionalmente hablando, hemos tenido la enorme suerte de pertenecer a un ámbito en el que se han desarrollado instrumentos y servicios que han usado tecnologías en su momento emergentes. Lo fue, en su momento, la consulta remota a bases de datos, pero también los OPACs o los CD-Roms. Novedades tecnológicas todas ellas fascinantes y ‘revolucionarias’; lo suficiente sorprendentes y nuevas como para atraernos por ellas mismas y para hacernos olvidar para qué surgieron.

Estamos invirtiendo mucho esfuerzo en crear y alimentar repositorios institucionales, pero parece que hay más artículos en abierto en Academia.edu o en ResearchGate; ídem con los instrumentos de descubrimiento a pesar que mucho ‘descubrimiento’ parece producirse directamente en los buscadores. El acontecer de las cosas nos deparará sorpresas, pero, lo más seguro es que quién sabe cuáles serán. Las necesidades de los usuarios son la luna, y las novedades tecnológicas el dedo que la señala. 

Nuestro deber es mirar más allá del dedo.








dilluns, 20 de juny del 2016

La salud de las bibliotecas universitarias y las de la UAB como ejemplo


Ejemplarmente el Servei de Biblioteques de la UAB viene publicando memorias anuales desde el año 1987. Digo ejemplarmente porqué esto es transparencia antes de la ley de la transparencia y porqué –por desgracia- es un ejemplo que no ha cundido. Para los interesados en el paso del tiempo vean la del 1987 realizada de forma mecanografiada, la única manera de redactar documentos antes que los PCs llegaran a ser instrumentos de trabajo cuotidianos.

Las memorias son un ejercicio de ‘accountability’ o rendimiento de cuentas que, a mi entender, es básico y, por lo tanto, previo a otras expresiones de rendimiento de cuentas y de mejoramiento por la calidad (llámense estas ISO, planificación estratégica, FQM). La calidad es lo perseguido, pero la calidad sin datos es un ejercicio estéril.

Las memorias permiten ver la evolución de los servicios prestados y deducir, a partir de estos datos, hasta qué punto una biblioteca cumple con sus finalidades, hasta qué punto es efectiva, qué servicios van a la baja, cuáles emergen… Permiten saber el grado de salud de una biblioteca y, por extensión, de las de su tipo. En este sentido, las bibliotecas de la UAB son un ejemplo bastante ideal. La UAB es una universidad relativamente nueva (fundada el 1968), que ocupa las primeras posiciones en cualquier ranking, que ha contado desde siempre con un buen equipo de profesionales  y que ha dedicado importantes recursos a sus bibliotecas y a proporcionar servicios bibliotecarios.

Veamos la salud de las bibliotecas de la UAB y, por extensión, la del resto de universitarias. Que la información digital esté construyéndose como realidad prevalente no debe hacernos olvidar que algunos servicios básicos de las bibliotecas se están proporcionando a partir de los recursos clásicos de los espacios y las colecciones. Empecemos por aquí.

El gran momento para hacer nuevas bibliotecas fue la década de los 90 del siglo pasado. La UAB tenía 26.760m2 el año 2000, llegó a los 35.000 en el 2006 y tiene 36.615m2 ahora. Sin casi crecimiento en los últimos años, a pesar de tener proyectos de nuevos edificios. La conclusión me parece clara: a las universidades que o las hicieron en su momento les va a ser muy difícil hacer bibliotecas nuevas.

Las compras de libros han bajado drásticamente debido a la crisis. Las bibliotecas de la UAB estuvieron comprando entre 15 y 19.000 monografías al año entre el 1994 y 2010. Las compras pasaron a unas 11.000 en 2011, unas 9.000 en 2013 y a 6.374 en 2015. Mirémoslo por el lado que queramos: esto supone una merma muy grade en la capacidad de las bibliotecas de proporcionar información relevante a sus usuarios.

Las revistas vivas han pasado de 12.809 el año 2000, a 21.537 en 2006 y 30.307 en 2015. Esto no puede entenderse al margen del nuevo modelo de compras de las revistas por paquetes a través de consorcios. Las compras de revistas por paquetes ha sido bastante denostada pero creo que es innegable que ha ampliado considerablemente el acceso que las bibliotecas ofrecen a sus usuarios y a la valoración (altamente positiva) qué hacen estos de las bibliotecas.

Los usuarios presenciales llegaron a su máximo en 1998 (más de 4,5 millones), pero desde entonces, aunque lentamente, no han dejado de descender: 4M en 2001, casi 3,8 en 2006, poco más de los 3 en 2013 y 2,9 en 2015. El descenso de libros en sala es mucho más drástica: de los 709.000 en 2006 a 197.497 en 2015. A mi entender esto resucitará pronto un debate que ya tuvo lugar en los 90: ¿para qué hacer bibliotecas si a ellas la gente no va para usar los documentos que allí se encuentran? Paralelamente hay usos de documentos digitales (libros, BBDD y libros). Los usos –evidentemente- crecen, pero son datos aún difíciles de interpretar. El crecimiento de artículos recuperados (de casi 1,4M en 1006 a poco más de 1,6M en 2015) me parece preocupantemente bajo. El préstamo ‘in situ’ se reduce ligeramente (de 529.896 en 2006 a 454.426 en 2015), pero a éste se le debe sumar el préstamo consorciado (unos 15.000 en 2015)  

La estructura de la memoria de las bibliotecas de la UAB no destaca suficientemente el giro de las bibliotecas universitarias hacia lo digital, pero las casi 20 p de la memoria dedicadas a este tema indican los esfuerzos dedicados al mismo. No hace mucho más de 10 años que las bibliotecas universitarias se dedican a recoger en formato digital documentos de todo tipo producidos en su institución. A las colecciones físicas debemos sumarles las electrónicas almacenadas ya no en los estantes de las bibliotecas físicas sino en los repositorios digitales.

El repositorio institucional de la UAB –el DDD- llegó a los casi 50.000 documentos en 2009, sobrepasó los 100.000 en 2013 y tenía 132.715 a finales de 2015. El ritmo de crecimiento decrece pero el de consultas se mantiene y substituye en parte las consultas de documentos en sala (muy interesante, por cierto, a tipología de documentos que se encuentra en la p. 54).  

La memoria recoge aun de forma tímida un conjunto de servicios que las bibliotecas de las universidades han empezado a prestar de forma decidida para dar apoyo a la investigación. Quizá las bibliotecas de la UAB no sean las más avanzadas de España en este giro en sus servicios, pero este es en parte el problema de los servicios emergentes: que cuestan verse.



  

dijous, 9 de juny del 2016

Si publico una revista, ¿Vale la pena hacerlo en abierto?




Uno de los principales cambios recientes en la edición de revistas se ha producido en el modelo de negocio y ha sido el acceso abierto (OA).

A principios de este siglo, un grupo de científicos publicaron una carta abierta en la que se reclamaba que el contenido de la investigación científica se pudiera diseminar de forma abierta. Poco tiempo después, un conjunto de declaraciones internacionales consolidaban la idea bajo el concepto de ‘acceso abierto’, el cual implica que los artículos debían distribuirse de forma abierta (sin coste) y bajo unas licencias de uso que permitieran la reutilización de los artículos de forma libre.

El movimiento del OA se ha consolidado a nivel de idea y muchos investigadores, universidades, organismos financiadores de la investigación y estados están reclamando que toda la producción científica (especialmente la financiada con dinero público, que es la mayoría) se distribuya de forma abierta. Se considera que esto tendrá los efectos de general más y mejor ciencia e innovación. Sin entrar en detalles ni matices, una posibilidad para el OA es depositar los artículos en bibliotecas digitales o repositorios -lo que se denomina vía verde al OA-, y otra, la publicación de la revista en OA -la llamada vía dorada-.

El OA tiene, innegablemente, unos efectos beneficiosos inmediatos para los lectores, ya que les permite leer y usar los artículos que les interesan bajo unas restricciones mucho menores que en el modelo de acceder a los artículos a partir de suscripciones individuales o institucionales. Pero esto crea el problema de cómo se financian las revistas en este nuevo modelo de negocio (o realidad) en la que ya no se puede contar con ingresos por las suscripciones.

Parece claro que el OA está en el horizonte de la comunicación científica. Ni autores ni editores dudan que será la forma como los artículos se difundirán en un futuro cercano. Lo que está menos claro son las formas que definitivamente se encuentren para garantizar la financiación de las revistas y cómo será el proceso de transición de la distribución de artículos bajo suscripción al de difusión en abierto. Pero, sea cual sea la forma (o color) que tome el movimiento del acceso abierto, está claro que el OA facilita lo que toda revista quiere: que los artículos que publica lleguen al máximo número de lectores posibles y de la manera más fácil posible.

La sostenibilidad financiera de las revistas en OA depende de los ingresos por publicar, de la filantropía o del mecenazgo. El primero (paga el autor en vez de hacerlo el lector) seguramente será el mecanismo más usado por las revistas competitivas -las incluidas en WoS o en SCOPUS- y las que publican investigación generada por proyectos con financiación ya que el coste de publicar se detraerá de la financiación de los proyectos de investigación.


Pero hay mucha investigación que no está financiada de forma específica. En este caso, ¿cómo una revista puede publicarse en abierto? Pues, como ahora, con filantropía y voluntarismo. Muchas de las revistas científicas actuales han  surgido de una comunidad científica determinada y o han tenido pretensiones de generar ganancias. Estas revistas, hasta ahora, se han editado y distribuido en papel pero sus costes eran cubiertos sólo parcialmente por los ingresos de las suscripciones o de las ventas. Se trata de reducir costes eliminando la impresión y de continuar asumiendo los otros gastos con las vías que hasta ahora se han usado: los presupuestos de asociaciones, las sociedades científicas o los departamentos universitarios.

diumenge, 5 de juny del 2016

Revistas ¿impresas o digitales?





Decidir continuar haciendo una revista (o hacer una revista nueva) no significa seguir haciendo las cosas igual que siempre. Afortunadamente hay instrumentos nuevos que facilitan conseguir lo que es el objetivo de cualquier revista científica: la comunicación entre investigadores y el desarrollo del conocimiento.

Publicar en papel o en digital puede ser la primera de las preguntas a plantearse, pregunta respecto la que mi opinión es clara: Las revistas impresas en el ámbito de la ciencia, y admitiendo posibles excepciones, no tienen futuro y tampoco presente.

Hoy la difusión y lectura de artículos científicos se produce casi de forma exclusiva de forma digital. Ha pasado suficiente tiempo como para tener evidencia empírica que los investigador prefieren las revistas electrónicas, aunque sea solo por motivos de comodidad en el acceso y en la recuperación. Las bibliotecas de las universidades de Cataluña, entre los años 2002 y 2004 se plantearon si mantener las suscripciones en papel al tiempo que las tenían en digital y, tras considerarlo detenidamente, no tardaron mucho en concluir que las suscripciones electrónicas eran suficientes, y que las impresas se dejaban de usar cuando su equivalente digital estaba disponible.

No he mencionado el coste de imprimir y distribuir físicamente una revista, aunque la sostenibilidad económica de cualquier revista es un tema de primera magnitud siempre, y más ahora, en tiempos de recursos escasos. A efectos de diseminar, hoy las versiones electrónicas son incomparablemente más eficaces que las correspondientes impresas, y la impresión bajo demanda permite hacer a un coste razonable los ejemplares impresos que prudentemente haya que conservar o que sea conveniente distribuir. Publicar en digital no elimina de ninguna manera la totalidad de costes existentes (incluso añade algunos), pero los reduce.

La distribución de una revista en formato digital seguramente es el cambio más aparente de la ‘era Internet ', pero no es el único. Las revistas impresas eran usadas principalmente a partir de las suscripciones individuales o de las bibliotecas y a partir de las noticias sobre un artículo publicadas en bases de datos. Hoy esto ha cambiado de drásticamente. Las revistas continúan difundiéndose por los canales tradicionales pero a estos se han añadido otros propios del medio digital.

Los artículos digitales llevan incorporados los elementos descriptivos del artículo (metadatos). Los metadatos pueden ser recolectados y tratados por aplicaciones informáticas que los analizan, seleccionan y redistribuyen. Así los metadatos proporcionan a los artículos nuevas vías para llegar a lectores potenciales. Los metadatos de los artículos permiten que estos se incluyan en portales y en grandes índices. Esto es lo que hace, por ejemplo, RACO, que es un portal que permite la consulta conjunta de 453 revistas de temática diversa publicadas en Cataluña, en catalán o relacionadas por historia o por temática con la cultura catalana. También es lo que hace Google Scholar, una gran base de datos interdisciplinar de artículos científicos creada a partir de la recopilación de los metadatos de los artículos.

Hay, además, nuevos canales de comunicación para difundir los artículos. Estos son, por un lado, las redes sociales, pero también repositorios interdisciplinares donde los autores depositan sus trabajos - como ResearchGate, o Academia, por ejemplo-, o repositorios temáticos -como arXiv-, o los sistemas de enlaces que van de una citación al artículo -como CrossRef-. El funcionamiento en Internet de las revistas está introduciendo nuevas herramientas que permiten que aplicaciones informáticas gestionen artículos sin intervención de personas, por ejemplo los identificadores de autores - como ORCID- o los identificadores de objetos digitales -como Handle o DOI.




dimecres, 1 de juny del 2016

¿Vale la pena seguir haciendo una revista si SCOPUS o WoS no la indexan?



Dejando de lado las definiciones canónicas, yo veo las revistas como comunidades de personas que tienen intereses y puntos de vista coincidentes.

Hoy cualquier ámbito científico produce más artículos en un año que los que una persona se puede leer a lo largo de toda su vida. Por lo tanto, el problema es menos publicar que conseguir que te lean. Las bases de datos hace unos años, las herramientas de descubrimiento hace menos y las redes sociales más recientemente, han sido maneras que han cambiado la forma de 'encontrar’ un artículo que nos interese. Pero, a la vez, los lectores (científicos), para elegir qué leer, continúan guiándose por el prestigio y trayectoria consolidados de los títulos de las revistas, por la reputación de los autores y por los lugares donde previamente han encontrado contenidos que les interesan.

No hay (probablemente por suerte) un sistema unívoco de encontrar los artículos relevantes. Mientras tanto, los investigadores continúan leyendo artículos la noticia de los cuales conocen a partir de recomendaciones, de citas, de enlaces... y también repasando sistemáticamente lo que se publican en determinadas revistas, porque estas han sido las que -por su experiencia- les han aportado más artículos de interés. Así pues, si hay una temática determinada que nadie más trata, si hay un punto de vista u orientación que nadie más cubre o un público determinado al que se quiere llegar, en cualquiera de estos casos, hacer una revista tiene sentido .

Otro tema es quién dice que una revista pertenece a la categoría de 'científica'. Tradicionalmente esto se resolvía a partir de unas características determinadas que las revistas científicas debían cumplir: tener el aval de alguna sociedad científica y de un comité editorial, que los artículos sean revisados ​​por pares, determinadas características formales... Los últimos años han sido también años en los que la evaluación del trabajo de los investigadores de cara a su promoción profesional se basa cada vez más en bases de datos (como el Web of Science (WoS) o SCOPUS) que cuentan las citas recibidas por algunas revistas.

La inercia y las prisas ha hecho que estar en alguna de estas bases de datos se asimila a ser revista científica (y las que no, no). Según el prestigioso directorio Ulrich, habría 28.094 revistas científicas vivas revisadas por pares; tanto WoS como SCOPUS cubren muchas menos. Yo creo que de revistas científicas hay aún más que las censadas por Ulrich. En todo caso, está claro que las bases de datos usadas para decir qué revistas son científicas y cuáles no están sesgadas a favor de las disciplinas científicas puras y aplicadas, los grandes editores y la lengua inglesa. Los criterios para considerar científica en una revista deben ser científicos, es decir cualitativos, no los operacionales que rigen la confección de bases de datos comerciales a las que no les sale a cuenta incluir todas las revistas científicas que hay en el mundo.

Vale la pena seguir haciendo una revista si SCOPUS o WoS no la indexan? Esta respuesta la tiene que dar cada uno. Yo soy miembro de la junta del Patronat d’Estudios Osonencs, entidad que púbica la revista científica Ausa, y en ningún momento nos hemos planteado dejar de editarla por el hecho de que no esté en los repertorios mencionados. Si un grupo de personas editan una revista, la pregunta que hay que hacerse es si se tiene algo que decir sobre algún aspecto de la realidad, si hay una comunidad (de lectores) para quien lo que se diga al respecto es relevante, y si lo que se publica está hecho bajo criterios y métodos científicos.

Nota: la imágen (elegida a efectos solo ilustrativos) está tomada de una presentación de Javier Loaiza en slideshare.