Se acaba de publicar el nº 70 del CLIP, Boletín de SEDIC.
En la sección DEBATE Isabel Bordes, Javier Docampo, Hilario Hernández y José
Pablo Gallo opinan sobre el informe "Prospectiva
2020: las diez áreas que más van a cambiar en nuestras bibliotecas en los
próximos años". Incluye también un interesante artículo de Isabel Bernal
(“Tendencias y cuestiones en sistemas integrados de información científica”),
una entrevista a Paz Fernández y Fernández-Cuesta (Directora del Servicio de
Bibliotecas de la Fundación Juan March), la descripción del proyecto de
formación en línea SocialBiblio y de la Biblioteca de la Fundación Lázaro
Galdiano. También recoge un artículo mío (Identidades profesionales) que
incluyo aquí.
A Xavier Agenjo
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Una definición de profesión sociológicamente correcta debería combinar conocimientos específicos, formación reglada, una deontología determinada y una red de relaciones personales más o menos organizada. Pero, una definición más intuitiva y menos codificada nos dice que una profesión viene definida por el estado de un objeto: una persona en tanto que enfermo (médico), un edificio en tanto que lugar habitable (arquitecto), un espacio en tanto que una área de interacción de actividades humanas (geógrafo). Desde esta última perspectiva, nuestra profesión, quedaría, sin duda alguna, popularmente definida por el documento en tanto que algo a conservar.
He argumentado recientemente [1] que tenemos un problema y que este no está en nuestra supuesta incapacidad de innovar (que la tenemos) sino en una pertinaz asociación entre nosotros y la actividad de coleccionar y conservar objetos. Una profesión lo es, entre otras cosas, porque su identidad es reconocida desde fuera de la profesión; los no profesionales crean imágenes (tópicas, muchas veces) de lo que creen que el profesional es o hace. La imagen popular y la profesional quizá no coincidan nunca del todo, pero se solapan lo suficiente como para permitir entenderse en su significado. Pero nosotros no nos vemos tal como nos ven, de aquí surge una incomodidad identitaria.
Creo que la incomodidad con nuestra identidad (mejor dicho, de la nuestra tal como la sentimos con la imagen proyectada o percibida) proviene de los años 60-70, cuándo, con la aparición, primero, y generalización, después, de los ordenadores, la información se despega del objeto portador y empieza a tener vida propia más allá de lo que los académicos han denominado soportes documentales.
Nacemos como profesión en el Siglo XIX. Pero, a diferencia de los químicos, que en el alquimista no ven más que un antecedente protocientífico (o de los biólogos modernos, que no se reconocen en el naturalista), la continuidad física del objeto que tratamos ha conferido a nuestra identidad una continuidad que hemos querido remontar a siglos lejanos[2].
Pero, ¿Cuál es esta 'nuestra profesión' a la que no nombro ni defino? ¿De qué se ocupa? Hemos dicho que del documento en tanto que algo a conservar, pero esta es una base falsa. Inmersos en un contexto de más de 3.000 años de información atada a su soporte y de información escasa, no hemos sabido ver que nuestro punto de vista (nuestra aportación profesional) tiene más que ver con la facilitación del conocimiento que con el coleccionar objetos portadores de información.
Hace bastantes años (pero no siglos), algunos estudiosos dejaron la investigación pura para dedicarse a organizar la información y convertirse así en 'ayudadores' de sus compañeros. A mediados del S XIX, intelectuales ayudadores recogieron vestigios históricos de todo tipo y, para facilitar su estudio, los rodearon de libros; y a finales del XIX inicios del XX, intelectuales ayudadores recogieron información para facilitar el acceso al conocimiento a un nivel menos erudito. Pero la información (atada a su soporte) se pre-clasifica, por motivos prácticos, antes por forma que por materia. Así, pronto las salas de almacenaje pluridocumntales se convirtieron en archivos, bibliotecas o museos, según lo que contuvieran; y los eruditos dedicados a su cuidado, recibieron, en función del tipo de documento a tratar, los nombres de archiveros, bibliotecarios o museólogos.
Objetos portadores de información separados por su forma comportan criterios distintos de organización, y de estos derivan tecnologías y conocimientos específicos. De cada praxis surge una identidad profesional distinta que -equivocadamente- pone el acento en el objeto como soporte, y se olvida de su función: facilitar el conocimiento. En las épocas de expansión, como las vividas hasta hace pocos años, las identidades profesionales se multiplicaron, así se añadieron distinciones y surgen documentalistas, hemerógrafos, bibliotecarios escolares y bibliómetras. Contrapuestos los unos con(tra) los otros, cada (sub)grupo con necesidades propias de afirmación, con el enfoque equivocado sobre el punto de vista específico que aportamos…, con todo esto, las identidades profesionales respectivas se han reforzado en las pasadas décadas, al tiempo que se diluía el tronco común.
La multiplicación de identidades profesionales tiene mucho de lógico. Lo parecido, de cerca aparece distinto, y lo distinto puede regirse por reglas mucho más ajustadas a cada una de las identidades sin necesidad de ejercer la abstracción ni de manejar la ambigüedad. Tienen mucho de real, también, ya que las profesiones se ejercen en ámbitos determinados y estos determinan un contexto ineludible y no intercambiable.
Pero la aceleración del cambio tecnológico que se produce a partir de los años 60-70 con los ordenadores, y, algo más tarde, con Internet, rompe con la asociación información-soporte y se debilitan así los sustratos de muchas (sub)identidades profesionales. Se debilitan las específicas y no aparece por ninguna parte la global: pasamos a sentir incomodidad identitaria.
Si observamos el panorama profesional, éste puede parecernos diverso y fragmentado. Las aproximaciones a un mismo punto de vista (facilitar el conocimiento) nos conducen a realidades muy distintas (contar cuentos en una biblioteca púbica, fijar procesos documentales en una organización o crear planes de gestión de datos en un centro de investigación, por ejemplo). Pero nuestra profesión es más una práctica que una ciencia, y como práctica carece de una troncalidad de conocimientos básicos de los que se derive lo demás. Sería cómodo tener (algún día lo tendremos) verdades fundamentadoras comunes que aunaran en la teoría prácticas alejadas, pero hoy por hoy lo que tenemos en común es una intención o un punto de vista. Punto de vista propio con respecto a otras profesiones, pero variado en su ejercicio.
Nací en una ciudad pequeña y, empapado de mi identidad, me burlé de los nacidos en el pueblo grande de al lado (al que no le conferíamos la categoría de ciudad que sí otorgábamos graciosamente a la nuestra). Me instale a vivir (algo) lejos, y, con la lejanía vi diluirse aquellos hechos diferenciales para pasar a descubrir similitudes por encima de las diferencias (pero no dejo de ser de donde nací).
Uno de los retos de la humanidad en este siglo casi acabado de estrenar será la combinación y coexistencia de identidades. Saber sentirse parte de lo global sin tener que renunciar a lo ideosincrático. Profesionalmente hablando, poder alimentar lo GLAMorosamente [3] común a partir de la forma en cada uno vive su forma de ejercer la profesión.
En el S. XXI uniremos las identidades profesionales que, por limitaciones tecnológicas, empezamos a separar en el S. XIX y que consagramos a lo largo del S. XX, y, sin diluir las diferencias, nos ofreceremos a una sociedad compleja como ayudadores en el difícil (pero más que nunca necesario) proceso de adquirir conocimiento.
[1]
| http://www.elprofesionaldelainformacion.com/contenidos/2014/nov/07_esp.pdf |
[2]
| https://www.insidehighered.com/news/2014/12/10/rethinking-library-proves-divisive-topic-many-liberal-arts-institutions |
[3]
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