Vale la pena porqué lo sustancial de las 24 páginas del informe se capta pronto y porqué este aporta perspectivas nuevas a los ya tan manidos rankings universitarios. Es sabido que estos se confeccionan con los resultados de una fórmula polinómica que sintetiza los resultados diversos que cada universidad obtienen en una serie de factores que a su vez pueden estar o no ponderados. Cuando aparecen los resultados de una de estas tablas, se habla bastante de las posiciones obtenidas por cada universidad pero mucho menos de los elementos elegidos para confeccionarlas o de sus opciones de ponderación entre elementos.
La confección de una tabla de medición de este tipo se basa siempre en una determinada idea de universidad y es sabido (o debiera) que los principales rankings de universidades priman la función investigadora de esta por encima de la formadora o docente. Esto es claramente así, por ejemplo, en el famoso ranking de universidades elaborado por la Universidad Jiao Tong de Shangai que tiene en cuenta factores como el número de premios Nobel, el número de investigadores altamente citados en 21 temas generales, el número de artículos publicados en las revistas científicas Science y Nature, etc.
El estudio del Consejo de Lisboa parte de una visión en la que el sistema de educación superior tienen como principal finalidad la de educar y preparar a las personas para ser miembros capacitados de la sociedad post industrial. El sistema de educación terciario o universitario deberá “ayudar al estudiante a disfrutar, comprender, preservar e incluso contribuir a todos los legados culturales que hacen grande a nuestra sociedad y debería darle las capacidades analíticas y las habilidades técnicas que este necesita para ser la columna vertebral intelectual y social de una democracia avanzada así como para formar una parte importante de la maquinaria económica que sostienen la cultura y la democracia.” Según el estudio, la excelencia en investigación nunca debería ser tomada como excusa para que la universidad se desentienda de sus tareas educadoras.
Además de esto, el estudio no clasifica las universidades, sino los sistema educativos terciarios o universitarios de 15 países europeo más Ausralia y los EUA y lo hace en base a examinar como puntúa cada país en cada uno de los seis indicadores que más adelante examinaremos. A priori, el sistema universitario español parecería que se vería favorecido por un sistema de medición que no solo tienen en cuenta elementos de la posición investigadora, ya que el sistema español, por precios de las matriculas y por la extensión territorial de la universidad, es un sistema universitario socialmente abierto. De ninguna manera esto es así y España ocupa el lugar 17º (el último) de las tablas del estudio. Las posiciones del ranking son: Australia, Reino Unido, Dinamarca, Finlandia, EUA, Suecia, Irlanda, Portugal, Italia, Francia, Polonia, Hungría, Holanda, Suiza, Alemania Austria y España.
Los criterios que configuran el ranking son seis, a saber:
- Inclusividad o la capacidad del sistema universitario de un país de graduar un elevado número de estudiantes en relación con su población. España ocupa aquí el lugar 12º.
- Acceso o la capacidad del sistema universitario de un país de incluir estudiantes con un nivel bajo en la educación secundaria. España ocupa aquí la 7ª posición.
- Eficacia entendida como la capacidad de un sistema educativo de producir graduados con habilidades relevantes para el mercado de trabajo. España ocupa aquí la 16ª posición.
- Atracción de estudiantes extranjeros. España ocupa la posición 14ª.
- Edad entendida como capacidad del sistema de actuar como instrumento para la formación a lo largo de la vida donde España ocuparía una 11ª posición.
- Capacidad de respuesta a las necesidades de reforma y cambio, y, concretamente, de adaptación a los criterios del EEES. España ocupa el 15º puesto que es el último ya que los EUA y Australia no puntúan en este apartado.
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