Javier Guallar. En este número de EPI dedicado a la “cooperación de bibliotecas en red” no podemos dejar de preguntarte por el Consorci de Biblioteques Universitàries de Catalunya, el CBUC. Como impulsor y principal cabeza visible, ¿nos puedes hacer una valoración de estos 14 años de historia, cómo se gestó, cuál ha sido su evolución y cómo encara el futuro?
El origen del CBUC está en la voluntad de crear un catálogo colectivo por parte de las instituciones que en 1991 compartían un mismo software. Se quería mejorar la productividad de las bibliotecas al incrementar el porcentaje de catalogación por copia. De todas formas, el auténtico antecedente del Consorci debe buscarse en las diferentes experiencias de trabajo cooperativo que se llevaron a cabo entre las bibliotecas catalanas en la década de los ochenta.
La cooperación es buena para algunas cosas y mala para otras, pero, en todo caso, es una actividad que necesita ejercitarse para ser llevada a cabo. Uno de los tópicos más repetidos y menos realizados es que debemos cooperar más, pero del dicho al hecho hay un gran trecho. La reacción más natural de un individuo frente a un estímulo o problema es resolverlo solo, con sus propios medios. Descubrir que la solución puede encontrarse en la colaboración de varios individuos requiere un salto evolutivo. Cooperar es un acto complejo que requiere sustentarse en cuerpos sociales u organizacionales de cierta envergadura y madurez.
Si queremos hacer algo rápido, hagámoslo solos; si queremos hacer algo que tenga continuidad e influencia, hagámoslo colectivamente. Pero, insisto, la complejidad aparejada a la cooperación requiere un contexto que la favorezca y cierta práctica, cosas que se dieron a principios de los noventa, cuando decidimos formar el CBUC.
El Consorci logró en el breve plazo de dos años el objetivo para el que había sido concebido (la creación y mantenimiento del catálogo colectivo CCUC, Catàleg col•lectiu de les universitats de Catalunya). Esto ya lo justificaba, pero además ha sabido evolucionar ensanchándose en dos direcciones. Una es la de actividades: del CCUC surgió el programa de préstamo interbibliotecario, el almacén para documentos de bajo uso, y los programas de contratación consorciada de recursos digitales y de depósitos cooperativos. La segunda dirección es la de miembros, ya que a los fundadores se han añadido como miembros asociados universidades privadas de Catalunya o públicas no catalanas que participan en la mayoría de programas. Además el CBUC tiene un importante número de instituciones colaboradoras (por ejemplo, 84 entidades no miembros del Consorci colaboran con éste en el portal de revistas digitales Raco, Revistes catalanes amb accés obert).
A diferencia de las organizaciones individuales, las entidades cooperativas no se justifican por sí mismas, sino por el valor que aportan a sus miembros. En este sentido la pregunta a hacerse es ¿las bibliotecas miembros del CBUC estarían mejor o peor sin la existencia del mismo? La respuesta yo creo que es clara: están mejor con él. Son más competitivas porque tienen servicios que no tendrían sin la actividad cooperativa y porque algunos de sus costes son sensiblemente menores.
[De una entrevista de Javier Guallar a Lluís Anglada que aparecerá en el próximo número de El profesional de la Información (vol. 19, n. 5, setembre-octubre 2010) que tiene por tema central "Cooperación de bibliotecas en red"]
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