Vivimos tiempos excitantes y de grandes cambios para
todos y las predicciones de futuro, no por abundantes se muestran acertadas.
Los grandes debates sobre la comunicación científica se centraron, en la década
de los 90 del S XX, en lo que prometía la tecnología, pero se manifestaron en
la década siguiente en la economía al crearse un modelo de negocio nuevo que,
permitiendo las compras consorciadas, modificó de forma importante la vida
cotidiana de lectores y bibliotecarios. El gran cambio de esta década quizá sea
social y consista en el convencimiento de que el acceso a la producción
científica debe ser generalizado. Este está siendo el gran motor de cambio del
circuito de la comunicación científica.
En el lejano año 2001(cuando el Open Access aún no
había recibido este nombre), Kenneth Frazier (1) advirtió de los peligros de los
peligros de que las bibliotecas compraran conjuntamente paquetes de revistas a
una editorial. Para referirse a estas compras conjuntas o consorciadas, usó un término que ha hecho fortuna: Big Deal
(2). Frazier recomendaba a los directores de bibliotecas no firmar acuerdos de
este tipo para evitar los riesgos de:
“… weakening that collection with journals we neither need nor want, and
increasing our dependence on publishers who have already shown their
determination to monopolize the information marketplace.” (3)
Le hemos hecho poco caso a la advertencia de
Frazier. En casi todo el mundo las bibliotecas se han organizado en consorcios
para comprar conjuntamente bases de
datos y revistas electrónicas (4). Yo me atrevo a afirmar que las compras
consorciadas han sido un buen negocio para los usuarios y para las bibliotecas,
aunque su generalización nos ha llevado
también a un cierto callejón sin salida. Intentaré argumentar estas
afirmaciones.
El paradigma de coleccionar en la era de lo impreso
consistía en seleccionar los conjuntos de información que podíamos predecir que
nuestros usuarios usarían. Bajo esta perspectiva, evidentemente, suscribir lo
que antes no habíamos seleccionado parecía conducirnos a pagar por lo que
‘nadie necesitaba ni quería’. Pero diversos estudios (5), confirmados por la
praxis cotidiana, mostraron que si se ampliaba el horizonte de lo que el
usuario podía usar, el acceso dejaba de concentrase en la colección propia y se
desplazaba a títulos no previamente suscritos. Por otra parte, en una compra
consorciada, donde se paga por el acceso a un paquete que incluye títulos que
antes no suscribía ninguna de las bibliotecas incluidas en el trato, es
impreciso afirmar que se paga por lo que no se usa. El grueso del coste se
corresponde a los usos previos (determinados por las suscripciones previas) y solo
un porcentaje pequeño se paga en función de los títulos no suscritos.
Las compras consorciadas han tenido en cambio claras
ventajas. La primera ha sido que han supuesto un gran aumento del acceso
disponible para los usuarios de las bibliotecas consorciadas. Si una de las
funciones de la biblioteca es proporcionar información relevante a sus
usuarios, no podemos minimizar el enorme caudal de información antes no
accesible que ha llegado a los usuarios a partir de estas compras de
información ‘empaquetada’ (6). Parte del buen concepto que los usuarios hoy
tienen de las bibliotecas universitarias se debe a que estos asocian la llegada
de las revistas digitales y el aumento de accesibilidad a las compras
consorciadas (7).
Si en los años 90 del pasado siglo, la situación
financiera española permitió la construcción de nuevas y grandes bibliotecas,
nunca pudimos o nos propusimos disminuir la brecha en colecciones que nos
separaba de los países más avanzados. La colección de una biblioteca de una
universidad norteamericana podía ser perfectamente del orden de 5-7 veces más
grande que la de una biblioteca de una universidad española de características
equivalentes. Las compras consorciadas han permitido reducir esta relación de
forma considerable, y hoy, por lo que se refiere a revistas, la diferencia debe
ser de no más de 2-3 veces. Lo mismo se puede observar si se analizan países
con consorcios desarrollados pero con poca tradición bibliotecaria como puedan
ser Grecia, Portugal o Turquía. Las compras consorciadas (para los países que
han sabido organizarse para hacerlas) han supuesto la disminución de la brecha
que separaba sus colecciones universitarias de las de países más avanzados.
Desde un punto de vista interno, las compras
consorciadas (que han ido inevitablemente unidas a la migración del papel a lo
electrónico) han supuesto a las bibliotecas
un enorme ahorro en costes de procesamiento. Los costes de contratación
se concentran, los de control desaparecen y los de manipulación y almacenaje
disminuyen (8). Siguiendo con temas económicos, la pesadilla de los incrementos
anuales de precio por encima de los de los presupuestos de compra se convirtió
en solo un quebradero de cabeza. Los incrementos de costes anuales habían estado
en España por encima del 15% y ahora están por debajo del 5%. Es difícil
atribuir la contención de costes anuales a la acción concertada de los
consorcios bibliotecarios, pero es innegable que la presión que estos han
ejercido en los editores no puede haber dejado de tener efecto.
Notas:
(1) Frazier, Kenneth (2001). The
Librarians' Dilemma: Contemplating the Costs of the "Big Deal", en: D-Lib Magazine, Vol. 7, Num. 3. http://www.dlib.org/dlib/march01/frazier/03frazier.html
(2) Ver el orígen de los Big Deals en el post de Richard Poynder (2011),
“The Big Deal: Not Price But Cost”, en : Information
Today, vol. 28, n. 8, http://www.infotoday.com/it/sep11/The-Big-Deal-Not-Price-But-Cost.shtml
(3) Frazier, op. cit.
(4) Giordano, Tommaso (14), Le risorse elettroniche nelle biblioteche
accademiche : Recenti sviluppi della cooperazione in Europa, en : Biblioteche Oggi, Vol. 32, n. 2, p. 5-1,
disponible en http://www.bibliotecheoggi.it/pdf.php?filepdf=20140200501.pdf. Hay traducción catalane http://www.recercat.net/handle/2072/244952
(5) Ver: Borrego, Á; Anglada, L.; Barrios, M.; Comellas, N. (2007), Use and
Users of Electronic Journals at Catalan Universities: The Results of a Survey,
en: Journal
of Academic Librarianship, v. 33, Issue 1, pp. 67-75, y Urbano, C.; Anglada,
L.; Borrego, Á.; Cosculluela, A.; Comellas, N. (2004), The use of consortially purchased electronic
journals by the CBUC (2000-2003), en: D-Lib
Magazine, vol. 10, n. 6. www.dlib.org/dlib/june04/anglada/06anglada.html
(6) Las revistas recibidas por cada una de las
bibliotecas del CBUC fueron, en 2013, 16.500 (Balagué Mola, Núria; Gómez
Escofet, Joan (14). “Les biblioteques universitàries
a Catalunya (2012-2013)”. Anuari de
l’Observatori de Biblioteques, Llibres i Lectura, Vol. 3, p. 212-232. http://www.raco.cat/index.php/AnuariObservatori/article/view/285718/). Según las estadísticas de Rebiun, en 1998, la
Universidad de Barcelona suscribía 6.472 revistas, la Autónoma de Barcelona 5.898
y la de Gerona 1.679 http://estadisticas.rebiun.org/cuestionarios/indicadores/indicadores_main.asp# Las
diferencias son, pues, sustanciales.
(7) La función de la biblioteca más valorado por los
investigadores es la de que sea quien pague las revistas y otros recursos de
información. Ver: Housewright, Ross; Schonfeld, Roger C.; Wulfson,
Kate (13). “Ithaka S+R US Faculty Survey 2012”. http://sr.ithaka.org/research-publications/us-faculty-survey-2012, p. 67, así como: Borrego, Ángel (14). “
Comportament informatiu del professorat de les universitats catalanes: Estudi
realitzat per encàrrec del Consorci de Serveis Universitaris de Catalunya
(CSUC) Àrea de Biblioteques, Informació
i Documentació”. http://www.recercat.net/handle/2072/242106, p. 33.
(8) Ver el potencial económico que atribuye a estos cambios David W. Lewis
(07), A strategy for academic libraries in the first quarter of the 21st
century, en: College & Research
Libraries, vol. 68, n. 5, p. 418-434.
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