Los objetivos de los catálogos, tal como los estableció Charles A. Cutter
en 1875, son: permitir localizar una obra conocida, encontrar juntas las obras
de un mismo autor o misma materia y proporcionar los elementos que permitan al
usuario elegir un libro concreto entre diversas ediciones de la misma obra. A
mi entender, a estos objetivos les falta el de proporcionar relaciones entre
autores o entidades (cuando estos cambian de nombre, o entre materias
‘vecinas’, por ejemplo, lo que los catálogos solucionan con referencias de
véase también).
Los catálogos manuales y los automatizados, las bases de datos y los
grandes buscadores actuales buscan cumplir en mayor o menor medida estas tres
funciones: encontrar, agrupar y relacionar.
Encontrar algo que conoces es (relativamente) fácil. El acierto depende
menos de la calidad del catálogo que de la fiabilidad de tu memoria. Ayer mi
librería supo decirme que el libro que buscaba (de un tal Kennedy sobe
historia) era Auge y caída de las grandes
potencias. En un pasado cercano no era tan fácil.
Agrupar ha sido lo más perseguido por las normas de catalogación e
indización: hacer que el usuario encuentre juntas las obras de un mismo autor o
de un mismo tema. Las obras de Ramon Llull se encuentran bajo este nombre en la
Biblioteca de Catalunya, pero Ramón lleva acento en la Biblioteca nacional
española, y la misma persona se encuentra bajo el encabezamiento de Raimundus Lullus en la Biblioteca nacional
alemana y bajo el de P. Луллий en la de Rusia. La insuficiencia de las normas
para resolver estos problemas ha hecho encontrar soluciones
extra-catalográficas como el VIAF.
Relacionar ha estado tradicionalmente alejado del punto de mira de los
catálogos, pero las referencias de ‘véase también’ no pretenden más que eso:
orientar al lector que una entidad (por ejemplo, la Universidad Politécnica de
Barcelona) cambió de nombre o que el muy
recomendable John Banville es la misma
persona que Benjamin Black (en este caso, escritor de novelas policíacas).
Los catálogos manuales e incluso los OPACs tienen limitaciones importantes
para ejercer cualquiera de estas funciones por mucho que las normas de
catalogación nos ayuden a precisar cuál es la mejor entrada principal para una
obra, qué entradas secundarias o adicionales debemos hacer y qué relaciones
debemos óptimamente establecer. Sin lugar a dudas, muchas de las deficiencias
(o insuficiencias) de los catálogos y de las normas que los rigen han quedado
subsanadas o paliadas por la potencia de los instrumentos automatizados de
búsqueda. Así localizamos a John Dos Passos tanto si le buscamos por ‘Passos’ o
por ‘dos Passos’. Pero la fuerza bruta de los instrumentos de recuperación es
menos efectiva para localizar, dentro de la ingente producción de libros de Shakespeare, El Somni d'una nit d'estiu en adaptación de Aurora Díaz-Plaja
(bibliotecaria, ella) e ilustraciones de Pilarín Bayés que leí hace tiempo y
que ahora querría recuperar.
Pero, para encontrar, agrupar y relacionar mejor no necesitamos solamente
una nueva tecnología, necesitamos –en
palabras Karen Koyle- que los datos y la tecnología
trabajen juntos. No mejoraremos los resultados de las búsquedas de los usuarios
solo añadiendo potencia a los instrumentos de recuperación, necesitamos además
añadir ‘inteligencia’ a la forma en la que presentamos los datos.
[Este post es la entrega 4a de una nota
ThinkEPI que se acaba de publicar]
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