La etérea necesidad de ahorrar y la
imprecisa voluntad de compartir solo pueden sustentarse en la materialidad de
unos instrumentos que las hagan posibles. Las normas de catalogación son
tecnología, pero estas hubieran sido insuficientes de no haber encontrado
instrumentos que sustentaran de forma efectiva y eficiente el re-uso de los
registros catalográficos.
Las bibliotecas han hecho un uso
intensivo de la tecnología puntera de cada momento. No es verdad que el uso de ‘Nuevas
Tecnologías’ por parte de la catalogación haya empezado con los ordenadores.
Antes, la impresión mecánica de copias de fichas, la confección de catálogos
colectivos por reproducción fotográfica de fichas o las microformas, habían
sido tecnologías usadas con la finalidad de compartir. Karen Coyle explica muy
bien esta evolución tecnológica en un artículo reciente en American Libraries (The
Evolving Catalog: Cataloging tech from scrolls to computers).
Creo que vale la pena destacar que
el primer uso de los ordenadores con la catalogación fue el de permitir la
impresión de fichas para catálogos manuales. Por esto, algunas palabras que se
añaden a los nombres de personas tienen un subcampo propio, gracias al cual
esta palabra acabaría siendo impresa en cursiva (por ejemplo). El formato MARC
y parte de sus complejidades proviene de este uso (revolucionario a finales de
los años 60 del siglo pasado, incomprensible visto con ojos de finales de los
90, cuando ya se habían generalizado los OPAC’s). La adopción de la tecnología
es así, contradictoria. Lo que supone una liberación en un momento dado, acaba
siendo una esclavitud al cabo de un tiempo.
En la foto (de Violet Fox), año 1967: Henriette Avram, de la Library of Congress, entrega una cita magnética con unos 9.000 registros bibliograficso a Richard Coward, de la British National Bibliography.
[Este post es la entrega 3 de 5 de una nota ThinkEPI que se publicará en breve.]
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